martes, 1 de mayo de 2007

Una ventana a través de Tranvía corazón descabellado rueda
















Ve

esquinas

Juego viene

Voces colectivo

diversas

interrogan

dicen

centro

equilibrio

vacío

música

fondo

va



Estar en escena. Ellas esperan en el sitio del escenario hallado.

Noche oscura en la bóveda celestial, a la derecha la calle que desemboca hacia la avenida primera de la ciudad de Riohacha, los carros van, el mar a unos metros; la lluvia pasó apenas pintando en el suelo algunas gotas, ni siquiera llovizna fue. El público se acomoda, estoy entre el público, soy una espectadora más que escucha la voz del presentador cuando se acerca el momento y dice:

“Antes de que el grupo inicie, hago una aclaración! por favor los teléfonos celulares apagados y le rogamos al publico el más completo silencio, a los niños pequeños les rogamos que los tengan un poco controlados, para que disfruten de la obra por favor!”

En esa predisposición para ver la obra, son actitudes aplicadas y mudas las que revelan los asistentes, en contraste con la actitud que observé en el público presente en el Cabo de la Vela y que, aún siendo ambulante, se detuvo libremente para ver qué sucedía allí de especial. Este último era el otro escenario en el que la Corporación Jayeechi había propuesto que se realizaran las obras de los grupos invitados al encuentro intercultural que fue bautizado con el nombre de Teatrízate.

Allá en el Cabo de La Vela el anuncio de la obra que llamaba al público se hizo por el mismo micrófono y en la misma tarima en la que antes se divulgaba una clase de gimnasia aeróbica para la gente playera. Ésos espectadores, turistas, hombres wayuu en bicicleta, niños y niñas, mujeres wayuu y jóvenes animados por el viernes festivo en la playa, de quienes uno pensaría que estarían más dispersos, asistieron de manera activa y libre a la actuación de Corpus Colectivo, hubo exclamaciones, imitación de los sonidos, voces de entusiasmo por los actos que más contagiaban la risa, el asombro, el vigor.

Volviendo. Voy a mi sitio entre el público. Inicia la música de Luis Julio Toro, con sonidos de flautas de pan que recuerdan los ecos de la naturaleza en lugares recónditos, selva adentro, allá donde a remos pulsados calladamente corriera una navegación sobre las aguas de un río infinitamente calmo, remanso de selva, ribera fresca de negra tierra en la que se hunden raíces mientras que en el sinfín de las aguas flotan hasta el cielo las copas de sus árboles.

Ese piso de mi ser equilibrado por la música escogida por Colectivo Corpus me sobrecoge cuando re-actualizo la escena, no evito ese impulso vital de exteriorización creativa de nuestro imaginario y que pueda transformar ello, ojalá, la hoja en blanco, en palabra viva no acabada, no delimitada. Decir así también, anterior a la realización en una corporalidad social, pues es antes en el ser uno, un todo de cuerpo-mente viviente, en donde el fluido imaginario de nuestro espíritu va viendo, escuchando, va pre-sintiendo hacia el afuera de sí.

Me asomo atraída por los sobresaltos que se arremeten contra la figura-guía del centro, inicia un movimiento que la retira de la calma, esa corporalidad manifiesta de Zharias (actuado por Sacha López) revolotea en cada una de las apariciones corporales que anuncia, especie de roles poéticos, Isabelita (actuada por Adriana Prieto), Anele Zib (actuada por Beatriz Martínez), Alcalina Talula (Patricia Jiménez) e incorporándose en ellas, persiguiéndolas, en adelante, jugaran al perseguido.

Ingresamos en lo que fue dado al espacio público, la actuación del recorrido realizado en una experiencia corporal de creación colectiva, actuación que crea en escena otra transformación del sujeto en una presencia corporal que sobrepasa lo que conocemos a partir del texto de Marcel Mauss (1934, 2003) como “técnicas del cuerpo”. He visto en esa actuación concebir imágenes vivas, corporalidades sin raigambre atravesándose la memoria, la nostalgia, su carácter, las letras de una vieja canción, emociones, curiosidad, misterio que rueda en el juego del trencito. Recuerdo de infancia de una ronda hecha ciudad, adulto y mujer descabellada por el oficio de una tijera ambulante, sin sujeto, único objeto por tanto, único instrumento en los giros del colectivo. No hay repeticiones en esta experiencia escénica, cada actuación es inédita aun cuando haya tenido otros escenarios y otro público pues acontece que en la actuación el sujeto atraviesa su corporalidad y completa, nuevamente, a quien es incorporado, en su memoria.

Hay entonces entrenamiento, preparación para salir a la escena que es más que un impulso vital; hay una persona ensimismada en la descripción del trabajo contenido en lo que la directora Elaine Centeno Álvarez llama una “experimentación corporal”. Experiencia vivenciada en lo hondo del si mismo que halla en lo otro su signo. Otro que nos habita, nos escucha y que escuchamos en el run run de cada día; hondas de aguas afuera y adentro repicando en la concavidad abierta de una narración puesta en escena, re-presentada.

Representación en la que es dada - a quien participa, por casualidad o por convenio, del mismo espacio público - la voluntad que completa una historia creada colectivamente en cada palabra elaborada y escogida, Tranvía corazón descabellado rueda. Etapa tras etapa, en el trabajo individual se unen las voces y los actos de cada aparición corporal, de cada presencia, hacia un interior, aquel invisible y desencadenado misterio que es Zharías.

Actos de habla de corporalidades, apariciones fenomenológicas de la palabra siendo en el espacio con el otro, nuevamente, adentro y afuera. Inscripciones vivas que están en su pregunta y su responsabilidad con un más allá del silencio inerte de la separación pasiva de la técnica mecanizada que pretende hacer del sujeto simple habitus corporal y fabricación social, fatalidad de una tradición eficaz.

Arte del cuerpo, aún cuando deja atrás la noción que pregona el dominio de la racionalidad cartesiana y positivista sobre el cuerpo, un cuerpo pasivo, una tabula rasa, instrumento humano de la sociedad, vacío. Y es que hay otra mirada en el ser humano; la de quien percibe al cuerpo como una “fuente de agencia y de intencionalidad” que acontece en el “habitar el mundo” a través de encuentros intersubjetivos (Csordas, 1999:179).

Vestido de carne entonces, de quien narra en este caso, su traza de ser “animal viviente autobiográfico” (tomado de Derrida, 1999:90:91), su fe por tanto, su presencia en el espacio móvil de sus pies, manos, ojos, voz, brazos, piernas, caderas, senos, cuello. Uno puede fijar la mirada en las curvas y otro en las líneas más rectas del andar más aprisa y menos de un ejercicio que se hace de la punta de la nariz a los pies de lo inesperado. Signo formado desde ellas, con ellas, hacia el misterio de la voz.

Maya Mazzoldi Diaz, abril 20 de 2007

mayacasino@yahoo.it

Bibliografía de referencia

CSORDAS, Thomas. 1999 “The body’s career in Anthropology” In: Anthropological theory today. Edited by Henrietta Moore, Cambridge: University Polito Press, pp. 172-205

DERRIDA, Jacques. 2002 [1999] “O animal que logo sou” São Paulo, Brasil

MAUSS, Marcel. 2003 [1935] Técnicas do corpo” em Sociologia e Antropologia, Cosacnaify, Sao Paulo, pp. 369 – 397.