sábado, 7 de junio de 2008

Teatro en el filo del abismo







Conversación con Elaine Centeno

La dramaturga y directora cubana, nos habla de su experiencia teatral y de su nueva propuesta, Tranvía corazón descabellado rueda, que será estrenada el 28 de octubre en el Auditorio de Danzaluz, a las 7:00 pm.

Santiago ensangrentada


Yo nací en Santiago de Cuba, pero yo no conozco la ciudad como conozco la ciudad de la Habana donde crecí y donde finalmente me formé y estudié, y donde se conformó todo lo que es ahora mi vitalidad, mi realidad. Pero hay una forma en la que yo recupero de manera profunda y visceral la ciudad, mi ciudad natal, y es en el año 1994 cuando mi madre muere. Cuando tengo que recorrer las calles de Santiago de Cuba, de madrugada, atravesada por la noticia de la muerte de mi madre, la ciudad finalmente se me revela como esa ciudad que yo conocí en los libros de historia donde se cuenta la gesta de Fidel Castro cuando en el 53 asalta el Cuartel Moncada. Lo que más me emocionaba de esas lecturas era la descripción de las calles de la ciudad, calles empinadas, -es la única ciudad cubana que tiene montañas-, de manera que cuesta andar en ellas, las aceras son estrechas y las casas están ahí, casi en la calle. Entonces me contaba el libro de historia el azar de los jóvenes revolucionarios perseguidos por la dictadura de Batista, tratando de esconderse detrás de las portezuelas, para no ser alcanzados por la policía. Y esa ciudad, por supuesto, ensangrentada, enlutada, en ese momento se hace pariente mía porque mi madre ha muerto, y yo recorro esas calles bajo esa impronta, bajo esa memoria. A partir de entonces mis viajes a Santiago se concentran en hacer ese recorrido; como decía Lezama, “imantada por esos recovecos”.


El teatro era una fiesta


Lo que me decide a estudiar teatro posiblemente, son los carnavales, las fiestas, y más que el colorido, más que la vistosidad, más que el sonido de las fiestas, esa cosa aguerrida, violenta, no el jolgorio ni lo armónico, sino la otra cara, la de los cuerpos traducida en los sudores, en la gestualidad pronunciada, en los sonidos de la gente pidiendo cerveza, pidiendo otra canción; yo entonces me agotaba. Mi tío Efraín que es el tío actor, el tío titiritero, una noche me dijo que no iba a poder resistir, porque eran fiestas que duraban hasta el amanecer, pero una noche, finalmente, pude experimentarlo con él. Por eso cuando asumo el hecho teatral el teatro era como una fiesta.

La comprensión de lo humano


Con Raquel Carrió en el seminario de dramaturgia hay una posibilidad, inventar el teatro no desde la escritura solamente sino desde la dramaturgia que se hace sobre la escena; eso se llamó en Colombia experiencia de creación colectiva. En Cuba hay una experiencia importante en el Teatro Escambray, pero ya a finales de los 80 en América Latina hay experiencias de grupo. El teatro, pues, no era solamente usado como un experimento que después se ponía al público sino que era un grupo humano que se nucleaba alrededor de un propósito también humano, que tenía como resultado una experiencia poética, o sea, imágenes elaboradas en la práctica de ejercer la comprensión de lo humano.

No me quiero ocupar de lo masivo


Grotowski dijo: ya yo no me quiero ocupar de lo masivo, yo quiero empezar a ver qué pasa si el teatro es un vehículo de comunicación con el otro, pero no con el otro en la madeja de lo multitudinario, sino con ese otro que yo puedo mirar apenas en la penumbra, casi apelarle con mi gesto.
Grotowski es el primero que se ocupa, después de la segunda guerra mundial, de otorgarle al actor una independencia del director, del texto dramático y de la utilización técnica en el teatro: las luces, el vestuario, el maquillaje, la música, la escenografía. Le dice al actor, tú puedes escarbar, escudriñar en tu memoria y de tu memoria construir el texto escénico; pero para eso había que dotar al actor de un entrenamiento, de una ejercitación que le permitiera hacer el escarbamiento, hacer la selección de los contenidos y convertirlos en imagen.


Una experiencia al margen


Yo siempre tendría que hablar de Lolymar Suárez y Venus Ledezma. Diez años atrás fueron las primeras que se atrevieron conmigo a hacer estas cosas, y en ese trabajo había una tremendísima y profunda soledad. Yo recuerdo que teníamos mucho miedo.
El primer riesgo que corrimos fue el de la comprensión, un riesgo que ya no me importa tanto correr. Después que has encontrado las claves y te das cuenta que es una verdad que se puede gozar ya no sientes tanto miedo a la comprensión, sabíamos que a lo mejor no todos, pero algunos momentos del trabajo podían servir para el otro, y eso nos animaba. El segundo fue “Final del Juego”. Yo creo que el momento culminante de esa experiencia fue cuando Venus me dijo, casi hincada de rodillas, y con una furia por comprender lo que le pasaba: “cómo doy paso a lo que soy”… Yo no tengo respuesta a eso, lo único que intuyo es que “obrando se obra”. Recuerdo que en ese segundo momento Venus me dijo: “ya sé que para dar paso a lo que soy tengo que estar en mí”.
El tercer riesgo que hemos corrido es uno buenísimo, el que se nos responsabilice de que lo que hacemos no es teatro. Pero eso está bien, está perfecto, porque además nosotros siempre lo hemos dicho y si hay que ponerle alguna denominación, bueno, sí, es teatro, pero eso no nos preocupa mucho. Está bien que no sea teatro ni danza o sea las dos cosas. El único riesgo que realmente me importa es que no podamos tener más la posibilidad de hablar en la ciudad de esto y de no seguir haciendo experiencias como éstas, al margen.


Cuatro mujeres vueltas hacia dentro


En algunos lugares del mundo se festeja con absoluto desinterés hacer teatro y en otros cuesta la vida. Te hablo de la gente que hace teatro en América Latina, en el Caribe, en África. Aquí hay mucha gente haciendo cosas al filo del abismo. Tranvía corazón descabellado rueda, es el resultado de un trabajo de cuatro años de ardua investigación y entrenamiento, que deja al descubierto algunas claves: pone al actor en el centro de la actividad teatral, el actor es el autor de la historia propia, y, fundamentalmente, el ser humano está antes que el actor.
Al principio el grupo era numeroso, pero en este trabajo hay gente que no va resistiendo, no el esfuerzo físico, sino el humano. Y estas cuatro mujeres, Adriana, Sacha, Patricia y Beatriz, que me parecen de un valor sostenido, han quedado vueltas hacia adentro, al revés muchas veces y lo que me parece más hermoso, entresacando de ahí todo lo que se puede entregar al otro. Me interesa resaltar de este tipo de trabajo que a pesar de que en la primera etapa se trabaja con una fuerte conciencia de individuación, porque el individuo tiene que buscar en sí las claves que le van a servir para el viaje, lo que más me conmueve es que parece que nadie hace contacto con el otro, y, después, aprenden a trabajar colectivamente. Se empieza a trenzar lo colectivo y tú empiezas a escuchar que hay alguien a tu lado a la que le está pasando una cosa bastante parecida a la tuya, entonces se empieza a trenzar esa polifonía del sonido que remite al otro sonido, y ese gesto personal que remite al otro gesto; de pronto es un gesto colectivo del cual nadie sabe el origen y que ahora pertenece a todos.

José Javier León

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